lunes, 11 de septiembre de 2006
Long time no see
¿Será que este volver sea definitivo?
Nunca pude llevar un diario, la vida se resiste al orden y las etiquetas blancas amarradas con cordones en el cuello de las cosas.
Tal vez la solución -no, no la solución, no hay soluciones, me refiero a una forma de ir tirando, nada más- se encuentra en un borrador no escrito por mí, y que no publicaré. (¿Se acordará?) Ir, nada más. Tratar, husmear. No hacerle asco a los borrones. Hasta aprender a quererlos, incluso.
dijo Tuilinn a las 12:52
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Hasta aprender a vivir de ellos, diría yo.
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Tiempo sin hablar en largo, señorita Bergamota. Inevitable el deseo de plática tanto como los lazos siempre suspendidos por los asuntos pendientes. Sea de sombreros o de colgantes, de tés o de complicidades que se subentienden, de saludos o despedidas, siempre converjo en una extraña confianza/noconfianza que más que celeste es plateada.
Es pequeño tu espacio. Pequeño, pero codificado en ochocientosmil cripticismos detrás de cada letra. Cripticismos que para ti no son cripticismos, claro está.
(Imagina que en este pedazo va un trozo larguísimo de algo derivado de lo anterior, pero que en realidad lo único que hace es distraer o alargar con el fin de pasar al párrafo final, que es el más importante).
Me agrada que tu existencia se tope con la mía en estos lugares o en los otros. Se me hace que nuestras presencias se nos vuelven fugaces, pero presentes, como si fueran humos que aparecen cada cierto tiempo con una palabra que en esencia siempre es la misma (y en forma continuamente variando, apegándose a los contextos). Es por eso que jamás se me hace violación que me digas alguna cosa, que me escribas otra o que finalmente me dejes un post-epílogo en mis espacios-hogares de la cibertronia. Al revés, es como una ráfaga ventisquera que se asoma en las ventanas de uno refrescándole y recordándole que la soledad es una quimera cuando son varias las soledades.
Hasta aprender a vivir de ellos, diría yo.
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Tiempo sin hablar en largo, señorita Bergamota. Inevitable el deseo de plática tanto como los lazos siempre suspendidos por los asuntos pendientes. Sea de sombreros o de colgantes, de tés o de complicidades que se subentienden, de saludos o despedidas, siempre converjo en una extraña confianza/noconfianza que más que celeste es plateada.
Es pequeño tu espacio. Pequeño, pero codificado en ochocientosmil cripticismos detrás de cada letra. Cripticismos que para ti no son cripticismos, claro está.
(Imagina que en este pedazo va un trozo larguísimo de algo derivado de lo anterior, pero que en realidad lo único que hace es distraer o alargar con el fin de pasar al párrafo final, que es el más importante).
Me agrada que tu existencia se tope con la mía en estos lugares o en los otros. Se me hace que nuestras presencias se nos vuelven fugaces, pero presentes, como si fueran humos que aparecen cada cierto tiempo con una palabra que en esencia siempre es la misma (y en forma continuamente variando, apegándose a los contextos). Es por eso que jamás se me hace violación que me digas alguna cosa, que me escribas otra o que finalmente me dejes un post-epílogo en mis espacios-hogares de la cibertronia. Al revés, es como una ráfaga ventisquera que se asoma en las ventanas de uno refrescándole y recordándole que la soledad es una quimera cuando son varias las soledades.